Comentario
En la década de los años sesenta, un nuevo invitado se sumó a la gran fiesta del deporte: la violencia en los espectáculos deportivos. Tribus urbanas que ritualizan el alcohol, enfrentamientos nacionales y nacionalistas, reinvidaciones sociales, todas las viejas y bajas pasiones humanas encuentran acomodo sobre todo en el campo de fútbol. La escalada se traduce en estadísticas siniestras: muertes y detenciones salen a escena con lamentable insistencia. Los historiadores escarban en los orígenes de algunas especialidades para rescatar los antecedentes del fenómeno. Algunos citan tumultos en Roma tras espectáculos circenses. Otros, como Guttman, aseguran que los excesos de los hinchas ingleses y latinoamericanos son casi inocuos con los desmanes que se producían en el Imperio Bizantino, con frecuentes intervenciones del ejército para restaurar el orden. Incluso la prohibición actual de consumir alcohol en los partidos de fútbol tiene procedencia muy antigua: en el año 450 antes de Cristo, en el estadio de Delfos, para prevenir las alteraciones de orden que pudieran ocasionar los espectadores excesivamente embriagados.La espiral es tan perversa que todos los países europeos han creado comisiones gubernamentales que velan por la seguridad en los terrenos de juego: ya hay muchas sentencias contra espectadores culpables de agresión a otras personas. Los jóvenes protagonizan la mayoría de actos desalmados. Los sociólogos lo explican por la necesidad de hacerse valer y la búsqueda de un cierto prestigio en el grupo de iguales. Hay diferentes estilos con un mismo fin: "skinheads", "punks", "rockeros"... hacen suya la hegemonía en la grada por la fuerza. La única terapia es el tiempo: el joven ultra más violento se vuelve dócil con los años, como lo hace el deportista más agresivo. El fenómeno tiene su origen en Inglaterra, y es exportado por sus inventores, los "hooligans". Lo demostraron los del Liverpool en su más famosa gesta: la excursión a Bruselas, en mayo de 1985, para presenciar la final de la Copa de Europa que enfrentaba a su equipo frente al Juventus de Turín. La acometida de los hinchas ingleses contra los italianos provocó la huida de éstos, que encontraron las vallas en su camino: el incidente se saldó con 39 muertos y 600 heridos.Los 26 detenidos, según sus guardianes en Bruselas, eran personas normales, adolescentes tranquilos. Había entre ellos incluso algunos adultos: un funcionario del Ministerio de Finanzas, un asistente sanitario y un obrero de la construcción. La policía de Liverpool disipó pronto las dudas de sus colegas belgas. Los detenidos no eran, como pensaban éstos, los líderes del colectivo: los verdaderos cabecillas eran 15 individuos que aparecían en las filmaciones y no fueron identificados nunca. Seguramente encajaban en el prototipo de "hooligan": de clase obrera, gran bebedor de alcohol y presuntamente marginado por la sociedad. En los viajes al extranjero encuentran su teatro de operaciones, como resume Bill Buford, un periodista norteamericano afincado en Gran Bretaña, que siguió a los hinchas del Manchester United durante ocho años, entre 1982 y 1990. Ha viajado por Gran Bretaña, Italia, Turquía, Grecia y Alemania y ha compilado su experiencia en el libro Entre los vándalos, donde resume la simpleza del decálogo de valores que inspiran a los bárbaros: la cerveza, la Reina, las Islas Malvinas, Margaret Thatcher, las películas bélicas, los monos de aviador caros, ir al extranjero... y sobre todo, ellos mismos. "Lo que más les gustaba -recuerda Buford- eran ellos mismos, y lo que menos, el resto del mundo. El resto del mundo es un sitio bien grande, y sus habitantes, los extranjeros, son en esencia desconocidos (..) Los extranjeros eran seres disminuidos, sobre todo si se trataba de extranjeros de piel oscura, por no mencionar a extranjeros de piel evidentemente negra que además se proponían venderte alguna cosa. Esos eran los peores". En efecto, el fenómeno "ultra" encuentra en el racismo su mejor expresión. En Gran Bretaña, Alemania e Italia los incidentes con futbolistas extranjeros se suceden. El negro John Barnes suscitó todo un debate en la ciudad de Liverpool a su llegada al equipo, a comienzos de los ochenta. Los holandeses de color Rijkaard y Gullit cosecharon diferentes muestras de rechazo fuera de la ciudad de Milán, en cuyo equipo más representativo jugaron durante seis años. En 1989, el israelí Rosenthal se vio obligado a abandonar Udine, la capital de Friuli, en el norte de Italia, con implicaciones históricas en Austria y Alemania, pues los hinchas del Udinese le amenazaron con pintadas: "Rosenthal, vete al horno"; "Fuera los judíos de Friuli". Rosenthal siguió los pasos del peruano de color Jerónimo Barbadillo, al que le acosaron también las pintadas. En la península italiana, el fenómeno nacionalista y el enfrentamiento norte-sur no está exento de racismo. Los "tifosi del norte reciben a los napolitanos con leyendas del tipo: "Bienvenidos a Italia", "EI humo y el napolitano contaminan Milano" o "Terroni -paletos-, lavaros". Y en la devolución de visita, en Nápoles se puede leer "Mejor un aborto hoy, que un veronés o un milanés mañana". El ambiente allana el terreno a la crispación, al enfrentamiento violento, sobre todo tras la irrupción de tribus como los "skinheads". El rosario de actos violentos es escalofriante. Hasta 1946, las necrológicas del fútbol se nutrían de tragedias como derrumbamientos de muros y tribunas. Pero en ese año, en la cuna del fútbol y la violencia, Inglaterra, hay 44 muertos en el Bolton Wanderers-Stoke City, a consecuencia de peleas multitudinarias entre hinchas. El fenómeno se exportó pronto: en 1964, en Lima, un Perú-Argentina se salda con 320 muertos y mil heridos por los gases lacrimógenos que lanzó la policía contra la multitud que había iniciado un enfrentamiento masivo por un gol anulado. En la historia más reciente, la tétrica estadística tiene acento inglés: además de la final de la Copa de Europa de 1985, en Bruselas, en Sheffield (Inglaterra), cuatro años más tarde, la policía permitió la entrada de hinchas sin entradas en un Nottingham Forest-Liverpool, con el estadio lleno. Fallecieron 95 personas aplastadas contra las vallas. También hay catástrofes naturales de este tipo fuera de las islas y su área de influencia. En El Cairo, en 1974, 80.000 personas pretendieron entrar a un estadio con cabida para 40.000, lo que provocó que se derrumbase el graderío, provocando 48 muertos y 47 heridos. En 1981, en Colombia, se desploma una pared en el partido Deportes Tolima-Deportivo Cali. Mueren 18 personas.En el mismo siniestro año 1985 fallecieron 53 espectadores en el viejo estadio de Bradford en un incendio. Las puertas del estadio estaban cerradas. En España, el fanatismo ultra se cobró su primera muerte en la persona del seguidor del Español de Barcelona Frederic Rouquier, que fue atacado a la salida del estadio por simpatizantes de los Boixos Nois, la peña ultra del Barcelona. Manuel García Ferrando abordó una tipología de los hechos violentos en el deporte español entre 1975 y 1985: de los 6.011 que registró, casi el 90 por 100 se habían producido en campos de fútbol. La causa más frecuente es la agresión entre jugadores. Pero el 30 por 100 fueron lanzamientos de objetos al terreno de juego y uno de cada diez fue una agresión al árbitro. Sólo entre 1980 y 1985 hubo 42 víctimas por impacto de objeto lanzado desde la grada. La FIFA y la UEFA han prohibido la entrada al estadio de productos de la industria pirotécnica, que causaron un muerto en Cádiz en 1985 y otro en Barcelona, en el estadio del Español, en 1992. En otros deportes, como el baloncesto, es frecuente la invasión del campo por parte de los espectadores, dada la mayor cercanía entre la grada y la cancha. De las 152 registradas en esa década, 33 se produjeron en campos de baloncesto. Poca cosa frente a los 106 espontáneos del fútbol. Violencia y doping son los invitados menos gratos a la fiesta del deporte. En el orden de prioridades, figuran subrayados con trazo grueso por los amantes del juego limpio. Algunas reglas tienen más de 2.000 años de historia, y nada exógeno ha conseguido cambiarlas.